Marearse es horrible. Todo comienza con una leve sensación de no poder más.
La respiración se acelera y no quieres levantar los brazos para evitar que se encalambren. Siempre se sabe cuándo va a empezar. Te intentas calmar, pero las inhalaciones son rápidas e insuficientes. Cierras los ojos y te concentras en que no pase. Pero pasa. Te empiezan a doler ojos y a sentir balanceo de la cabeza, pito en los oídos y el cerebro punzado.
Luego que sabes que ya no hay vuelta atrás, intentas sostenerte de cualquier parte. Sientes tu mano apretando el tubo con todas tus fuerzas, que son pocas. Al rededor, muchas personas hablan, no entiendes a nadie, sólo oyes un pitido y sientes un dolor intenso en tus oídos.
Cuando por fin tomas el valor para abrir los ojos, sólo ves los colores mezclados con fugas hacia el centro. Te chocas con las personas, no sabes donde estás y no puedes ver absolutamente nada a parte de los colores con fugas.
Aquí es cuando más mal te sientes. Haz llegado al punto más crítico de tu mareo y te vas a quedar en ese punto más tiempo del que tardaste en llegar.
En este momento, los pies no te responden y tú sólo piensas en que la caída no sea muy dura cuando llegue el desmayo. Las piernas se vuelven una masa que responden torpemente a las órdenes de tu cerebro desoxigenado. Tus ojos... esos son los peores. No sabes distinguir en qué dirección van las escaleras eléctricas, no ves dónde hay huecos y dónde no. No puedes reconocer a ninguna persona ni ningún lugar. Toda característica que reconoces en condiciones normales, se convierte en una mezcla de colores con fuga hacia el centro.
Sientes alfileres en tu cerebro y no sabes dónde están pisando tus pies. El pito de tus oídos se vuelve más agudo, pierdes el equilibrio y no sabes caminar. Un pie se enreda con el otro y tu cuerpo golpea cualquier superficie sin sentir nada. Sólo te das cuenta que todo mejorará cuando sientes la mano de alguien tomarte por el brazo. Ya puedes tener la seguridad que si te desmayas, el golpe no será muy fuerte.
Luego te hacen sentar, mientras tú cierras los ojos por esa desesperante fuga de colores. Todo se ve en puntos y sólo reconoces el amarillo.
Ya el asiento no es suficiente, aunque haya pasado la peor parte. Te acuestas, levantas los pies sobre una caja y sigues con los ojos cerrados. Todo te da vueltas. La camilla se empieza a mover con cada respiración que das. Los punzones en tu cerebro se agudizan, sientes el cuello frío y apenas te tocas la cara, sientes que estás empapada en sudor.
El pitido fastidioso en el oído se ha convertido en un dolor de otitis. Miras tus pies mientras los mueves. Ya las masas responden a los cortos circuitos de tu cerebro.
Te atreves a abrir los ojos. Ya los colores están más estables y sabes dónde estás. Te levantas suavemente e intentas ponerte de pie.
Antes de irte, las personas que están a tu alrededor te cuentan lo blanca que estabas cuando llegaste. "Ya por lo menos recuperó el color". Eso es mucho decir si tienes unos cachetes rojos, como de campesina.
Sabes que no puedes ir al lugar que tenías pensado. Haces unas llamadas, llegas a tu casa y te acuestas. Tres horas después, te pones a escribir sobre las sensaciones del mareo y las vuelves a sentir. Dolor en los ojos, balanceo de la cabeza, pito en los oídos y el cerebro punzado.
A este punto, decides dejar de escribir y volver a la cama. No quieres sentir esa desorientación de nuevo y menos cuando ya te ha pasado dos veces.
1 comentario:
Maluco :S
Espero te mejores, Clarilla.
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